Quebec: La reina de las nieves


Algunos viajes son más que kilómetros recorridos y paisajes cambiantes. Existen travesías que implican algo que supera el encontrarse con idiomas nuevos y costumbres diferentes. A veces la gran aventura no es sellar un pasaporte o comprar un souvenir, sino volver a ser niño, dejarse sorprender por lo inesperado y descubrir nuevos colores, sonidos y aromas. Eso fue algo que experimenté en Quebec.
Es curioso que aunque me alejé de mi terruño, al aterrizar en esta ciudad canadiense de inmediato tuve la extraña sensación de estar en casa, entre amigos. La ciudad de Québec (así, con acento en francés), capital de la provincia del mismo nombre en Canadá, es una perla cultural que mantiene vivas sus raíces francesas y al mismo tiempo, desarrolla una identidad netamente americana.
“La Vieille Capitale” —como la llaman cariñosamente sus habitantes—, combina en su Centro Histórico una arquitectura que te hará sentir en Europa. La urbe, eso sí, ha crecido de manera armónica con la naturaleza y presume una auténtica alfombra de bosques y lagos en sus alrededores.
Levantada a la orilla izquierda del río San Lorenzo por Samuel de Champlain, un explorador francés en 1608 —en una zona que ya había sido visitada por Jacques Cartier en 1535—, es uno de los asentamientos europeos más antiguos en América del Norte.
Quebec no tardó en convertirse en el alma y corazón de lo que fue “Nueva Francia”, experimentando un crecimiento acelerado en las décadas por venir debido a su ubicación y dinamismo comercial, aunque ese protagonismo también la convirtió en el escenario para múltiples batallas con la otra gran potencia del colonial del momento: Inglaterra. Durante la llamada Guerra de los Siete Años, los ingleses la tomaron y en 1763 la cesión fue oficial.
La metrópoli, sin embargo, jamás olvidaría sus raíces francesas, y para quien lo dude, el lema oficial de la provincia de Quebec es “Je me souviens” (“Yo recuerdo”). ¡Vamos a recorrerla!

Vestida de invierno
Esta es una ciudad que enamora desde la primera mirada. Desde noviembre y hasta principios de abril, la urbe se “viste” con su traje invernal. Los días que la recorrí (a mediados de febrero) cayó una espectacular nevada (la primera que experimentó quien escribe estas palabras, aunque una más para la metrópoli), por lo que cada rincón de Quebec se vistió de un blanco impoluto.
Tan señorial como espectacular, el Centro de la ciudad presume todavía sus fortificaciones del siglo XVII, ya integradas a la modernidad. ¿Eres fanático de caminar por las ciudades? Entonces es importante que sepas que sus casas, murallas, plazas e iglesias están exquisitamente conservadas, tanto que la UNESCO nombró al Distrito Histórico del Viejo Quebec como Patrimonio de la Humanidad, un tesoro que vale la pena recorrerse.
Quebec es una ciudad que cambia profundamente de acuerdo a la estación en que la visites, pero es en invierno cuando puedes apreciarla en su estado más festivo. Aquí se celebra un carnaval cada año (desfile incluido, con todo y nieve), platillos de temporada y es momento de grandes descuentos en las tiendas. Siempre habrá algo nuevo por descubrir en esta ciudad, pero mi recomendación es caminarla lento. Experimentar la calidez de su gente y la intensidad de sus colores. Saborear su gastronomía y perderse en los colores de su horizonte. Permitirse ser niño en una ciudad como Quebec, que parece haber escapado de un cuento de hadas.

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