Estas palabras están dedicadas a una ciudad de mil rostros pero una sola alma. De enorme historia en sus espaldas pero al mismo tiempo un lienzo blanco para escribir su futuro. De estrechas calles medievales y a la vez espacios verdes que redefinen su entorno. Que fue disputada en enormes batallas y sin embargo siempre le ha pertenecido a los valientes. Estas palabras son para Vitoria-Gasteiz.
Enclavada al Norte de España y capital de la Comunidad Autónoma del País Vasco, Vitoria-Gasteiz es una de las ciudades más sorprendentes de la Península Ibérica. Paraíso para los amantes de la arquitectura y parada obligada para los sibaritas, cuenta con uno de los Centros Históricos más bellos del Viejo Continente, apodado la “Almendra”, por la forma que tiene si lo vemos en un mapa.
Fundada a partir de una colina, el Casco Histórico de esta metrópoli conserva mucho de su trazo medieval, por lo que caminarás por calles estrechas y sinuosas, que invitan a descubrir a paso lento de palacios, torres e iglesias. Es un deleite observar la combinación de arquitectura gótica, renacentista, barroca y romántica en sus calles.
¿Algunos imperdibles? La Catedral de Santa María (que está en proceso de restauración pero cuenta con visitas guiadas), los restos de la Muralla Medieval, El Portalón (uno de los mejores lugares para comer en la ciudad) y la Torre de los Hurtado de Anda.
Si bien muchas de las bellezas de la urbe tienen siglos de haber sido edificadas, también encontrarás algunas cosas nuevas que valen bastante la pena y reflejan ese espíritu cambiante que siempre caracteriza a esta ciudad, por ejemplo, su paseo de murales, con arte urbano decorando de forma espectacular algunas fachadas de la ciudad.
Caminando al Sur del Centro Histórico nos acercamos al punto neurálgico de la Vitoria-Gasteiz contemporánea: La Plaza de la Virgen Blanca. Es momento de preparar la cámara o el celular, porque aquí las fotos son fantásticas.
Belleza arrebatadora
La Virgen Blanca es la patrona de la ciudad, con la Iglesia de San Miguel Arcángel como su lugar de residencia. Desde su atrio puedes obtener unas vistas espectaculares de la Plaza de la Virgen, punto de encuentro de locales y viajeros por igual.
Este espacio, antes llamado Plaza Vieja, está rodeado de casas antiguas con miradores acristalados que la dotan de una elegancia peculiar.
Pero lo que siempre termina robando la vista del aventurero es su monumento conmemorativo a la Batalla de Vitoria, donde el Duque de Wellington y su ejército compuesto por ingleses, portugueses y españoles derrotaron al ejército imperial francés el 21 de junio de 1813. A un costado está el tótem de la ciudad donde te podrás tomar la tradicional foto de viaje.
Y si hay una “plaza vieja” es porque existe la “plaza nueva”, ahora llamada Plaza de España. Está a unos metros y aquí encuentras la Casa Consistorial, símbolo de la ciudad. En las cercanías se encuentran múltiples cafeterías y barecitos donde disfrutar de un buen vino de la Rioja Alavesa o unos deliciosos pintxos para disfrutar de la noche.
Al ser una ciudad universitaria, es usual que los fines de semana la vida nocturna de Vitoria-Gasteiz sea vibrante, así que vale la pena apartar al menos un día para una divertida velada mientras te sumerges en la música, sonrisa y sabores de esta metrópoli.
Una urbe que respira
Todo lo anterior hace altamente gozable a Vitoria como destino de viaje, pero tiene un “plus” para los amantes de la naturaleza, pues cuenta con un anillo verde, una serie de seis parques, humedales, jardines botánicos y reservas naturales en su periferia que se puede y vale la pena recorrer gracias a que están conectados con senderos. Si cuentas con una bicicleta en este viaje, es un imperdible.
Este espíritu natural se traslada incluso a la arquitectura contemporánea, como el Edificio Vital, que se integra a los humedales cercanos o el Puente Abetxuko con su diseño orgánico que parece brotar de la tierra. Así es Vitoria-Gasteiz integrada a su entorno, con un espacio ganado en la historia y mucho por descubrir. Una metrópoli de mil rostros pero que ha logrado conservar a través del paso del tiempo una sola alma.
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