El camino de los dioses



Esta historia comienza durante la madrugada en el Parque Xcaret. La penumbra de la noche acaricia este pedazo de la costa de Quintana Roo al suave ritmo de las olas. El instante se rompe con la aparición en la playa de una sonrisa. Luego dos. Luego cientos. Avanzan a paso firme en una larga fila sobre la arena. Pronto se distinguen los rostros de los canoeros. Mujeres y hombres. Nerviosos unos. Ansiosos otros. Emocionados todos. Listos para emprender la aventura de sus vidas. Listos para comenzar la Travesía Sagrada Maya.
Esta historia se entiende al mirar al pasado. La travesía comenzó cuando la Península de Yucatán era la tierra de los maya y nadie más. Excelentes constructores y comerciantes, también eran expertos marineros. Cada año partían desde tierra firme a un mismo objetivo: la isla de Cozumel, donde se cree mora la diosa Ixchel, deidad de la fertilidad, la Luna y la gestación.
Aquellos mensajeros —solamente hombres—, seguían anualmente la misma ruta desde Polé —hoy el Parque Xcaret—, hasta el santuario de la diosa en Cozumel. Iban cargados de esperanza y tributos, ya fuera para pedir o agradecer. En la cosmovisión maya, era un viaje trascendental.
Más de 500 años después, los mensajeros de nuestros tiempos —mujeres y hombres—, cumplen la misma ruta, saliendo el viernes 17 de mayo de Xcaret con el primer rayo de Sol (06:00 horas). Entre bailes y rituales prehispánicos, con la atenta mirada de amigos y familiares, los canoeros se vuelven uno con su equipo y con la canoa. Son ellos y el mar, en un recorrido que se puede extender hasta 5 horas, según las condiciones del mar. Al día siguiente —sábado 18 de mayo—, también muy temprano, tienen que emprender la travesía de vuelta.
Y el Caribe no pone las cosas nada sencillas. Aquellos que han intentado remar por sus aguas lo saben. Impredecible, salvaje, cambiante, sorprendente. El camino de los dioses no es para tomarse a la ligera. A la dificultad inherente que ofrece, se suma que en el brazo de agua que separa a Xcaret de Cozumel hay remolinos y la travesía es en gran parte a contracorriente.
¿Qué los mueve a emprender este desafío? ¿Qué motiva a un grupo de mujeres y hombres a entrenar durante seis meses para enfrentar al mar? Las respuestas son múltiples. Cada uno de los 380 canoeros que tomaron parte este año tiene su razón para subirse y emprender la aventura. Por ejercitarse, por amor a su familia, por mostrar que sí se puede, para derrumbar barreras mentales y físicas.
El trayecto es duro. Sobre la canoa cada integrante tendrá que dar el máximo, respetar el ritmo de los demás y mantener la concentración de forma perpetua. La Travesía Sagrada no es una carrera. No se trata de llegar primero, sino presentarse ante la diosa.
Por momentos el mar se siente tan duro como si fuera un océano lodoso. Hay instantes donde el Sol pega tan fuerte que la piel duele. Llegan minutos donde la tierra desaparece del horizonte y lo único que se adivina a la distancia es el barco guía, otras canoas y agua. Mucha agua.


El regreso
La llegada a Cozumel es apoteósica
tras el mar de dificultades y tiene sabor a gloria. Sonrisas, lágrimas, gritos y abrazos se reparten entre los canoeros y los cientos que los esperan en la playa. Cada canoa le entrega a una mujer de edad —que representa a la diosa Ixchel—, el correspondiente tributo. Ante ella unos imploran, otros sonríen y hay quien llora. La emoción se desborda entre danzas prehispánicas y el olor a incienso en la playa.
Vienen unas horas de descanso antes de emprender el regreso el sábado. Ese día, por la mañana, los canoeros lucen frescos y no se adivina en sus rostros la menor señal de fatiga. Se toman fotos y selfies con amigos y curiosos antes de empuñar el remo y nuevamente enfrentar al mar.
En teoría, la vuelta es más sencilla porque no van a contracorriente. En realidad, los propios canoeros sienten un oleaje en contra y por momentos un océano más “denso”. Son casi 4 horas de luchar contra los mismos elementos del día anterior, con el agregado del cansancio que ahora muerde cada músculo.
Alrededor de las 13:00 horas, la playa de Xcaret vibra de forma impresionante. Cientos de familiares esperan pacientes bajo el inclemente Sol la llegada de los mensajeros. Entonces, a la distancia, algunos alcanzan a observar un puntito en el horizonte. Luego dos. Luego las 36 canoas. Son sus familiares.
El baile, los mensajes de agradecimiento a la diosa Ixchel y a la tierra enmarcan la llegada de las canoas. El júbilo explota por todos lados. Los nervios y el cansancio se vuelven sonrisas. Carcajadas, palmadas, llanto. Remos al aire. Agradecimiento eterno.
Esta historia termina este año con abrazos entre aventureros y familiares. Con el Sol cayendo pesadamente sobre la arena blanca de Xcaret. La misión está cumplida y a promesa en el aire. De que el próximo año, los mensajeros volverán a emprender la aventura. Volverán a transitar el camino de los dioses.

Comentarios