La dulce sorpresa de Celaya



Mi primer recuerdo sobre Celaya tiene que ver con la cajeta. Tengo en la memoria la escena de mi padre regresando de uno de sus viajes cargando un paquete de pequeñas cajitas de madera ovaladas, que contenían el mejor dulce de leche quemada que había probado en mi vida —y que todavía se encuentra entre los más deliciosos que he tenido oportunidad de disfrutar—. Para mí, esta ciudad guanajuatense era sinónimo de dulzura.
Ya han pasado años de eso, y la oportunidad de emprender un viaje a esta ciudad del Bajío se cruzó en la agenda. Emprendí la travesía una intensión: Descubrir esa “otra” Celaya. La que trasciende a la fama de este delicioso postre y tiene una amplia baraja de actividades que ofrecerle a los viajeros.
Esta urbe tiene todos los servicios de una gran ciudad, aunque pronto descubrirás que además ofrece otras ventajas, ¿comenzamos?

La llegada

Esperaba encontrar una ciudad en calma y silenciosa, pero Celaya se está moviendo cada vez con más dinamismo. En los últimos años ha conocido un explosivo crecimiento, al formar parte del corredor industrial del Bajío (que incluye a Silao, Irapuato y León, entre otros centros urbanos). La gente se mueve con un ajetreo constante, llenando de bullicio las calles.
Cuando es posible, me gusta caminar de la Central camionera al corazón de la ciudad a la que acabo de llegar, pero en este caso estaba bastante lejos (y hacia bastante calor), así que mejor tomé el transporte público. Las avenidas en la ciudad son amplias y de buen tamaño, aunque al igual que en el resto del país, sufren de baches.
Desde la periferia de la ciudad el horizonte celayense te va a ofrecer una bella postal. Como el resto de las urbes de Guanajuato, destacan los valles en el horizonte, las serpenteantes calles de los barrios y las torres de los templos en el Centro, pero también vas a notar un brillante punto plateado, que ante los rayos Sol brilla con más fuerza todavía: La Bola de Agua.
La Bola de Agua es la manera coloquial en la que se conoce a la principal torre hidráulica de la ciudad. Con sus 35 metros y capacidad para 904.77 litros de agua, destaca en la arquitectura del primer cuadro y de hecho le da un toque único a la ciudad.
¿Y por qué está en el corazón de la ciudad? Se levantó en 1910, como parte de los festejos del Centenario de la Independencia por el alemán Enrique Shondube. Con más de un siglo de vida, remozada y libre de publicidad, se ha convertido en uno de los símbolos de la urbe. Y hablando de símbolos, en el paseo por el Centro me encontré pronto con otro emblema de la ciudad: El monumento a Francisco Tresguerras.


Un prodigio llamado Francisco Tresguerras
Hijo pródigo de Celaya y uno de los arquitectos más brillantes nacidos en nuestro país, Francisco Eduardo Tresguerras (Celaya 1745-1833) fue también pintor, escultor y grabador en los últimos suspiros de la Nueva España y en los primeros años del México independiente.
La obra de Tresguerras está presente en varios rincones de la ciudad. De acuerdo al Consejo de Turismo de esa ciudad, una de sus primeras obras fue una columna corintia en pleno Centro de la Ciudad (1791) en honor a Carlos IV de España. Terminada la Guerra de Independencia, el obelisco fue modificado por el arquitecto en 1823, coronado con el águila nacional fabricada en cantera, apresando a una serpiente con sus garras. Ahora es conocida como la “Columna de la Independencia”, y se considera el primer monumento consagrado a la lucha por la libertad en el país.
Tresguerras también colaboró en la construcción del Templo del Carmen, joya de la arquitectura neoclásica del país. Es considerada como la obra maestra del arquitecto, quien también pintó algunos de los murales en su interior.
En honor a la trayectoria de este brillante arquitecto (que dejó obras en San Luis Potosí, Querétaro, Guanajuato y Jalisco), los celayenses le erigieron un monumento en 1951, que se encuentra precisamente frente al Templo del Carmen.
 

Postales de la urbe

Celaya suena a las risas de los niños que juegan en sus jardines. Al barullo de sus comerciantes y al canto de los pájaros que se posan tranquilos en las fachadas de las casas. Por sus calles se puede ver a sus habitantes en animadas charlas, a los jóvenes que posan orgullosos con la camisa de sus amados Toros del Celaya, o adolescentes que disfrutan de un buen raspado o uno de los deliciosos buñuelos, cuyo aroma inunda las calles céntricas.
La Alameda Hidalgo se encuentra a pocas cuadras del Centro de la Ciudad —siguiendo la calle Guadalupe—. Es un parque público rodeado de hermosas casas y chalets que se levantaron en el Siglo XIX y XX, además de cafeterías, neverías y restaurantes, que le han ido dando un toque “chic” a la ciudad.
En años recientes se ha vuelto en un punto clave para la vida social, además de que se antoja descansar a la sombra de sus frondosos árboles. En el corazón de este pulmón verde hay un maravilloso kiosko que tiene en su parte inferior una galería de arte. Por las tardes los jóvenes se reúnen a sus pies, ya sea para charlar o adolescentes que justan de practicar skateboarding, aunque yo todo el rato los vi caerse de la patineta.
A un costado de la alameda se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, con una espectacular y colorida fachada en tonos azul y turquesa.
De Celaya vas a terminar por llevarte mucho. Desde la plática animosa de sus habitantes y los aromas a pan en los portales, hasta la música que suena por sus calles y el murmullo del viento. Te llevas la imagen de su arquitectura clásica y al mismo tiempo la postal de una ciudad que se está transformando. Muchos recuerdos que te harán ver que esta ciudad siempre ha sido más que su deliciosa cajeta.

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