Crónica de viaje: Loreto


 
Recostado frente a la playa de Loreto reescribí el primer párrafo de este texto una y otra vez en mi mente. Comenzaba hablando de su mar, luego mejor de la comida o de los tour para disfrutar sus islas o misiones. Después se me ocurrió hacerlo más académico, de su Centro Histórico, quizás de las misiones que dejaron los jesuitas. Luego pensé que algo más social, como de la tradición de salir a “maleconear” por las noches.
No encontraba el “hilito” para jalar la idea correcta. A mi izquierda, una Tecate roja (que aquí es una bebida nacional), me imploraba ser consumida antes de calentarse.
Bajo el inclemente Sol que por estos días caer en la Baja Sur, la respuesta… no llegó. No de inmediato Le doy un trago suave a la cerveza y mi vista vuelve al horizonte, a ese mar turquesa que se interrumpen con islas, mientras que a mis espaldas la sierra de La Giganta aguardaba paciente que me brotara alguna idea.
Me gustaría agregar que mientras lo pensaba, al fondo sonaba el suave golpeteo de las olas sobre la arena y rocas. Sonaría más romántico, a más dramaturgia, pero no.
Loreto es un Pueblo Mágico donde el encanto de hecho comienza en el mar. Aquí las olas no rompen, “acarician” la playa. Es la suavidad del Mar de Cortés (casi una piscina), convertido a la altura de Loreto el Parque Nacional Bahía de Loreto, con sus cinco islas como joyas y santuarios para la vida (para la trivia, las islas son Coronados, Danzante, Del Carmen, Montserrat y Santa Catalina).
Las olas acarician... pero lo que no acaricia pero sí pega en estas fechas es el calor. Con una sonrisa, los loretanos me decían que el mejor momento para visitarlos era desde finales de septiembre hasta principios de abril, cuando el clima tocaba menos los extremos del termómetro. Escuché esto más de una vez, con el rostro requemado, sudoroso y una sonrisa amplia.
Aclaro, el Sol no me impidió disfrutar nada. El malecón de Loreto, pequeñito, se disfruta desde temprano para una caminata, trote suavecito o andar en bici. De hecho si sales a las 6 de la mañana en verano, verás un enjambre de deportistas y cazadores de amaneceres poblando lo que en otras ciudades y a esa hora es un espacio vacío.
Pese a su aire bohemio, Loreto no es un pueblo silencioso. Su gente tiene esa forma de hacerte sentir en casa donde sea que la encuentres. ¿Vas a la tienda? Te preguntarán cómo va tu día, qué probaste e incluso una sugerencia de qué visitar. ¿Vas a un restaurante? Ellos te contarán sobre la pureza de sus playas, sus rica comida y el orgullo que les causa que sean un destino tan tranquilo que solamente tienen un semáforo en toda la ciudad.
Lo leíste bien: Uno.
Sigo en la playa, me recuesto un poco y percibo que la Tecate ya está caliente como un pozole. Veo de reojo a la distancia unos loretanos recogiendo basura entre la arena y más lejos, a una guía de turistas llamar la atención a unos visitantes por usar “jet sky” en el mar (que aquí está prohibido).
Esos actos de amor por su tierra, tan poco frecuentes hoy en día, en esta época de indiferencia me movieron. Vi en ellos el cariño por el terruño que todos deberíamos tener.
Y lo encontré.
Podría hablar más del mar, de los tours, de la deliciosa almeja chocolate o la machaca matutina. De sus hoteles —los chiquitos y los grandotes— o definir precisamente lo que es “maleconear”. Lo haré… lo haré en otro texto.
Este es para los loretanos, porque encontré la palabra que mejor define a este destino, a su gente, a la experiencia de vivirlo. Ellos ya la conocen, nosotros no debemos olvidarla:
Paraíso”.

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