Secretos y maravillas en el Hospicio Cabañas

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bserva la fachada del Hospicio Cabañas mientras amanece y podrás disfrutar de una de las estampas más bellas que ofrece la ciudad de Guadalajara. El Sol acaricia suavemente su frontón liso y sus seis columnas dóricas. Al fondo, su cúpula resalta con timidez ante los ojos de los paseantes. Es un espectáculo que apenas dura unos minutos, pero se queda grabado en la mente.
Silencioso guardián del primer cuadro de la urbe tapatía, el edificio de arquitectura neoclásica podrá parecer hoy un remanso de paz y tranquilidad. Sin embargo, su historia está plagada de momentos dramáticos, de grandes batallas, héroes y sacrificios. Ha sido cuartel militar, refugio ante la tempestad, centro cultural, víctima de un terremoto y claro, casa de asistencia.

Nacido entre leyendas 
En los libros de historia te habrán contado que el Hospicio Cabañas fue obra del afamado Manuel Tolsá. Y es cierto...en parte. El escultor valenciano diseñó el edificio por encargo del Obispo de Nueva Galicia, Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo , pero fue José Gutiérrez —uno de sus alumnos más adelantados—, el que ejecutó la obra, que se comenzó a edificar entre 1805 y terminó en 1810. 
Se esperaba que fuera una de las grandes construcciones para la asistencia social de la Nueva Galicia —podía albergar hasta tres mil niños en sus 126 cuartos—, pero justo en estos años comenzó el nacimiento de México Independiente, y la edificación, entonces llamada “Casa de la Caridad y la Misericordia” se convierte en un cuartel militar. 
Las razones por las que el Hospicio Cabañas (para 1858 ya era conocido popularmente así) era tan deseado por autoridades militares, civiles y eclesiásticas tiene mucho que ver con su construcción. Y es que si por fuera es sorprendente, su interior es una maravilla.
Laberinto de bellezas
Camina por el Cabañas, pero no lo hagas con prisa. Deja que tu mirada recorra con calma sus patios, pasillos y salones. Con las yemas de los dedos palpa la dureza de las columnas de estilo toscano. Ninguna está aquí al azar. Cada una juega su papel al soportar el techo de los 72 pasillos que conforman el circuito del edificio. Siempre majestuosas, siempre guardando parte de la historia de México y al mismo tiempo son joyas de la arquitectura del siglo XIX. 
La mole fue pensada para guardar un delicado equilibrio entre la belleza estética y la natural. Eso explica el hecho de que tenga 23 patios, todos de distinto tamaño y ofreciendo una muestra de la vegetación del occidente mexicano. No deja de llamar la atención que siglo y medio en el pasado ya hubiera un edificio que cuidara un detalle tan esencial. 
Dentro de las duras pruebas que enfrentó la Casa de la Caridad y la Misericordia en los primeros años del México independiente, quizás las más complicadas no fueron causadas por el hombre —para variar—, sino por la naturaleza. Por ejemplo, 1842 una tromba azotó la Perla Tapatía con tanta fuerza que derrumbó las recién colocadas columnas de lo que iba a ser la cúpula del Hospicio, por lo que la construcción sufrió un retraso de varios meses. Años después, ya en 1875 un terremoto de 7.5 grados Richter destruyó casas y provocó daños en la Catedral de la ciudad, así como iglesias del primer cuadro y cuarteaduras al Hospicio.

El ahora
El Siglo XX definió la vocación que hasta hoy ha tenido el edificio, ahora como Centro Cultural. En 1937 el célebre muralista José Clemente Orozco comienza su magna obra en la nave que soporta la cúpula del edificio. 
Observar los murales de Orozco en los muros y la cúpula es llenarse los ojos de color y perder el aliento por la admiración. Son 57 frescos, que representan temas que van desde la Conquista, la religión, la raíces indígenas y la lucha contra la opresión. Para 1980, el edificio deja de ser hospicio —los niños fueron llevados a otras casas de asistencia— y tres años después abre sus puertas como Instituto Cultural Cabañas.
Y llegamos a nuestros días. En 1997 la UNESCO reconoce la construcción como un tesoro artístico de valor incalculable, otorgando el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad. Hoy, como hace 206 años, los amaneceres son espectaculares en la fachada del Cabañas. Un edificio cuya belleza más grande se encuentra en la historia que silenciosamente guardan sus muros.

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